Recientemente he empezado a leer el libro "Las disciplinas de un hombre piadoso" (edición inglés) escrito por R. Kent Hughes.
Es un libro para hombres, que nos ayuda a reconocer la necesidad de la disciplina en nuestras vidas. Muchos viven obedeciendo a toda clase de impulso o deseo, más la palabra de Dios nos invita a entrenarnos para la piedad.
Alguien podría objetar y decir que estas disciplinas vienen a ser una forma de legalismo. A tal objeción, respondemos que estas disciplinas no son para volvernos más aceptos delante de Dios sino para agradarlo. Él nos ha redimido de nuestros pecados y nos ha trasladado a Su reino de gracia y justicia ¿cómo no hemos de procurar hacer lo que es agradable delante de Él?
El apostol Pablo escribió:
¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. (1 Corintios 9:24-25 NVI)
Correr, esa palabra implica esfuerzo y constancia. Los atletas debían tener una alta disciplina para alcanzar sus objetivos, horas y horas de entrenamiento.
Nosotros si queremos correr, si queremos vivir una vida que agrade a Dios. Debemos ser disciplinados.
Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. (Hebreos 12:1-2 NVI)
En el siguiente post, estaré hablando de la primera disciplina que debemos considerar en nuestra vida cristiana.
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