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Luego de la proclamación escatológica hecha por Jesús sobre el reino de Dios y del mandato al arrepentimiento y a creer en el Evangelio. Marcos hace un cambio en su narración.

Andando junto al Mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres.
Y dejando al instante sus redes, lo siguieron.
Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca remendando las redes; y en seguida los llamó. Entonces, dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, lo siguieron.  (Marcos 1:16-20)
Jesús no se dirigió a la clase sacerdotal o a los fariseos quienes poseían gran conocimiento y celo de la Ley, sino que se dirigió a pescadores que estaban ocupados en sus labores diarias. El porqué de esto, reside en la soberana voluntad de Dios. Los fariseos se justificaban a sí mismos, eran lo élite del pueblo. Pero Simón, Andrés, Jacobo, Juan, eran simples pescadores, que como cualquier judío poseían nociones de su tradición religiosa. Ellos eran ajenos del fervor de los fariseos y los escribas.

"Los dos grupos de hermanos no sólo fueron llamados primero, sino que también fueron nombrados primero en el Nuevo Testamento (ver Marcos 3:17) [...] El hecho de que Zebedeo tuviera barcos y empleados sugiere que operó un pequeño negocio pesquero. Aunque es improbable que estuvieran entre las familias de la clase alta, tampoco compartían la desesperada cantidad de sirvientes y jornaleros." [1]

Estos pescadores, por la gracia de Dios, serían los instrumentos que revolucionaron la historia tal como se conocía.

Que Jesús haya llamado a estos hombres sin renombre en Israel, nos lleva a considerar "que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia." (1 Cor. 1:27-29)

[1]Smyth & Halwys Commentary, Mark

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