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Existe una guerra muy antigua y somos parte de ella, queramos o no. No hay áreas neutras, estamos de un lado o del otro.
Esta guerra, trasciende a cualquiera que podamos imaginar. La primera, la segunda y aún la tercera guerra mundial no se le pueden comparar.

¿Cuál es esta guerra a la que me refiero?
La guerra del cristiano en contra del mundo, la carne y Satanás. Para algunos esto es meramente un cuento y viven sin cuidado alguno, otros se han ido al otro extremo y han hecho de esta guerra un “show místico” en el cuál la sal, el aceite, decretos proféticos y tantas cosas más, son realizadas para derribar fuerzas espirituales.

A pesar de estos extremos tan dañinos, la Biblia nos enseña de que efectivamente estamos en una guerra, de la cual saldremos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Debemos cada día tomar nuestra armadura espiritual, reconociendo nuestra dependencia del Señor, ya que ciertamente nada podríamos hacer sin Él.

El puritano Isaac Ambrose escribió lo siguiente:

Los impíos se niegan a participar en esta guerra. En vez de luchar las batallas del Señor, toman las armas en el lado del enemigo. Pasan su tiempo en lujurias y lascivias, en la ociosidad y la seguridad carnal. Son totalmente ignorantes de los asaltos de Satanás, y de su propio peligro. ¡Oh, que sus ojos se abrieran para ver su peligrosa condición!

¡Oh que esos hombres supieran el peligro a tiempo para escapar de ello! No son soldados del Señor, pero si fiesteros del diablo. No van a luchar contra Satanás, y Satanás no perturbara sus sueños. Así que ellos, están en pacto con la muerte y el infierno.


Sí estamos luchando contra las filosofías de este mundo, contra nuestros pecados y contra todo argumento que se levante en contra de la gloria de Dios, es evidencia de que estamos en el ejercito del Señor, de lo contrario estamos en el bando enemigo.-

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