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Sabemos muchas cosas. Esta generación tiene acceso a todo tipo de información gracias los medios electrónicos como Internet. La gama de conocimiento se expande y llega a muchas personas.

En medio de esta ola de comunicación, la sana doctrina ha llegado a muchos lugares, de hecho, hoy podemos encontrar libros muy edificantes y doctrinalmente correctos, a la distancia de un clic. Tenemos la posibilidad de saber mucho de la palabra de Dios.

Sin embargo, hay un peligro; podemos saber mucho y nuestras vidas puede resultar ser infructuosas. Dejame ejemplificar esto: 

- Sabemos mucho sobre la soberanía de Dios, pero dudamos de que Él tenga el control de eventos tristes o difíciles en nuestras vidas.

- Conocemos los mandamientos de Dios, pero no nos interesan llevarlos a la vida real.

- Sabemos de la autoridad de la Biblia, pero no confiamos en ella totalmente. Y en el peor de los casos, le quitamos o le agregamos contenido a las Escrituras, según nuestro antojo.

El conocimiento estéril, es el tipo de conocimiento que tenían los fariseos, sabían mucho pero no habían tenido un verdadero vislumbrar de Dios en sus corazones. ¡Cuantos no viven así!. El conocimiento estéril, llena de orgullo pero no de humildad, llena de respuestas pero no de vida.

Más de alguna ocasión he dicho que me gusta leer, y estudiar de la Palabra de Dios, sin embargo confieso dos cosas:

- Nunca lo llegaré a saber todo.
- Más que la lectura o el estudio, o saber mucho, me interesa conocer a Jesucristo.

El apóstol Pablo escribió y con mucha razón lo siguiente:

"Aún más, a nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él" (Filipenses 3:8 DHH)
Ciertamente tenemos el deber y la urgencia de leer y estudiar la palabra de Dios. Pero, este estudio y todo ese conocimiento, debe llevar fruto para gloria de Dios. 

En nuestros hogares, en nuestro vecindario, en nuestra iglesia local, en todo lugar, ese fruto debe ser notorio.

Que el conocimiento no nos envanezca, sino que nos lleve a los pies del Maestro, reconociendo cuán poco le conocemos y cuánto le necesitamos.


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