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Dentro de unos días, la nación de Estados Unidos elegirá a quién será su futuro presidente. En estos últimos días, los medios tanto locales como internacionales se están preparando para dar la mejor cobertura a las elecciones. Las facciones políticas tanto estadounidenses como de otros países están pendientes de lo que pueda pasar. ¿Quién ganará? ¿Quién será el futuro presidente? Aún no se sabe.

En medio de todo este furor político se encuentran los cristianos, quienes como todo habitante tendrán que emitir su voto. Pero algo está pasando en estas elecciones en el pueblo cristiano (tanto en EEUU como en otros países), algo peor que los escándalos de Trump o Hillary. Algo más oscuro y temible, me refiero a la falta de dominio propio.

Basta con ver las publicaciones y comentarios que muchos cristianos hacen respecto a otras personas que apoyan a otro candidato u otra postura política. Las palabras expresadas en muchas ocasiones no corresponden con la fe que profesan. Ya no se trata de refutar o debatir asuntos políticos, sino de humillar y hacer daño a la otra persona con el objetivo de imponer su opinión o preferencia como verdadera y absoluta. Tal actitud no sólo es visible en temas políticos sino en cualquier esfera, incluso en temas teológicos. 

La falta de dominio propio, es una evidencia clara de que aún el viejo hombre domina parcialmente nuestras inclinaciones.

Jesús dijo: "Porque de la abundancia del corazón habla la boca" (Mateo 12:34b)

Santiago expresa:

De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe ser así. De un mismo manantial no puede brotar a la vez agua dulce y agua amarga. (Santiago 3:10-11)

Está ocurriendo algo peor que los escándalos de los candidatos de EEUU y es que muchos cristianos están perdiendo el enfoque, el cuál es vivir para la gloria de Dios, y eso incluye someter nuestras expresiones y actitudes al poder de Dios.

Es necesario recordar que es mejor el que "se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad". 

Al hablar de política u otro tema, recordemos quienes somos y quién vive en nosotros. De ese modo, diremos la palabra necesaria sin necesidad de ofender (terriblemente) al prójimo. No se trata de fingir, sino de hablar la verdad en el amor del Espíritu.

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