J. C. Ryle nos muestra en su libro "John Vol. 3 (Expository Thoughts on the Gospels)", cinco lecciones muy importantes sobre la divinidad de Jesucristo, las cuales las encontramos en Juan 1: 1-5:
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
(Juan 1:1-5)
Al respecto de dicho pasaje J. C. Ryle, escribe:
"Los cinco versículos que tenemos ahora ante nosotros contienen una afirmación sublime y única concerniente a la naturaleza divina de nuestro Señor Jesucristo. Es incuestionable que a Él se refiere Juan cuando habla de “el Verbo”. Sin duda existen alturas y profundidades en esa afirmación que escapan al entendimiento humano. Y, sin embargo, hay gran cantidad de lecciones en ella que todo cristiano haría bien en atesorar en su mente.
En primer lugar aprendemos que nuestro Señor Jesucristo es eterno. S. Juan nos dice que “en el principio era el Verbo”. No comenzó a existir cuando fueron creados los Cielos y la Tierra. Mucho menos comenzó a existir cuando el Evangelio fue traído al mundo. Ya tenía gloria con el Padre “antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Existía al principio, cuando fue creada la materia y antes de que comenzara el tiempo. Él era “antes de todas las cosas” (Colosenses 1:17). Era desde toda la eternidad.
En segundo lugar aprendemos que nuestro Señor Jesucristo es una persona diferente de Dios el Padre y, no obstante, uno con Él. S. Juan nos dice que “el Verbo era con Dios”. El Padre y el Verbo, aun siendo dos personas, están unidos por una unión inefable. Allí donde estuvo el Padre desde toda la eternidad, estuvo también el Verbo, Dios el Hijo, con igual gloria, majestad igualmente eterna y siendo, no obstante, una única Deidad. ¡Se trata de un gran misterio! Bienaventurado aquel que es capaz de aceptarlo como un niño pequeño sin tratar de explicarlo.En tercer lugar aprendemos que el Señor Jesucristo es Dios mismo. S. Juan nos dice que “el Verbo era Dios”. No era un mero ángel creado o un ser inferior a Dios el Padre e investido por Él con poder para redimir a los pecadores. No era en nada inferior al Dios perfecto, sino igual al Padre en lo tocante a su Deidad, Dios de la sustancia del Padre, engendrado antes de los mundos.En cuarto lugar aprendemos que el Señor Jesucristo es el Creador de todas las cosas. S. Juan nos dice que “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Lejos de ser una criatura de Dios, como algunos herejes han afirmado equivocadamente, es el Ser que creó los mundos y todo lo que contienen: “Él mandó, y fueron creados” (Salmo 148:5).
Por último, aprendemos que el Señor Jesucristo es la fuente de toda vida y luz espirituales. S. Juan nos dice que “en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Él es la única fuente eterna de la cual los hijos de los hombres han obtenido siempre la vida. Toda la vida y luz espirituales que tuvieron Adán y Eva antes de la Caída procedía de Cristo. Toda la liberación del pecado y de la muerte espiritual que todo hijo de Adán ha disfrutado desde la Caída, toda la luz de la conciencia o del entendimiento que cualquiera haya recibido ha fluido de Cristo. La inmensa mayoría de la Humanidad, en todas las épocas, ha rehusado conocerle, ha olvidado la Caída y su necesidad personal de un Salvador. La luz ha estado resplandeciendo constantemente “en las tinieblas”. La mayoría de ellos “no la comprendieron” (LBLA). Pero cuando algún hombre o alguna mujer de los incontables millones de personas de la Humanidad ha tenido vida y luz espirituales, se ha debido a Cristo." [1]
[1] Tomado de "John Vol. 3 (Expository Thoughts on the Gospels)" por J. C. Ryle