Durante siglos, el clero católico romano había afirmado tener autoridad en asuntos espirituales sobre los laicos o las personas ordinarias. Cuando las personas asistían a los servicios religiosos no esperaban entender la Biblia por si mismos. Se les dijo que era demasiado difícil.
Incluso la Biblia no estada disponible para ellos en un lenguaje que podían entender, por lo tanto fueron totalmente dependientes de los profesionales eclesiásticos para conocer el significado para ellos.
Este era un tiempo de oscuridad. Pero Dios traería luz a la oscuridad (Post Tenebras Lux).
La Reforma y la Biblia
Dios levantó a hombres en ese tiempo para que a toda costa llevaran la palabra de Dios a las personas comunes en su propio lenguaje. La Reforma Protestante comenzaría con hacer accesible las Escrituras a todos. Esto permitiría, que cualquier enseñanza que no fuera apoyada por la Escritura, entonces fuese desechada. Nuestro bienestar espiritual no puede depender de lo que enseña cualquier hombre o iglesia. Debemos depender de las Escrituras.
Martín Lutero, afirmó cuando se encontró delante de reyes y cardenales: "Mi conciencia está cautiva a la palabra de Dios". Para él, lo único que importaba es lo que la Palabra de Dios dice. Esa fue la fe de Lutero y establece el estándar verdadero. Si ponemos cualquier idea o tradición sobre la Biblia entonces estamos negando uno de los principios de la fe protestante.
Los cristianos estamos llamados a ser dirigidos por solamente las Escrituras. Un ejemplo de quienes consideraron este principio, lo encontramos en Hechos 17:11:
Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.
Notemos que los de Berea, recibieron la predicación de Pablo, pero escudriñaban el texto para ver si lo que Pablo afirmaba tenía consistencia. ¿No es una actitud digna de imitar? La Biblia es nuestra autoridad.
La autoridad de la Biblia
La fuente de la autoridad de las Escrituras no deriva de su autoridad, de su contenido, o de la validez o exactitud
de sus datos históricos, o de la singularidad de su carácter, ni siquiera del
testimonio interno del Espíritu Santo (todo lo cual es vital o
necesario). La autoridad de la Escritura deriva de Dios Mismo. Él es el Dios auto-contenido y que se revela a Sí mismo, que ha hablado (Génesis 1: 1-3, Hebreos 1: 1-3). La Biblia es, por tanto, la misma Palabra de Dios. Respecto a esto último, Boice escribe:
La Biblia es algo más que un cuerpo de verdades reveladas, una colección de libros verbalmente inspirados por Dios. Se trata también de la voz viviente de Dios. El Dios vivo nos habla en sus páginas. Por lo tanto, no debe ser valorada como un objeto sagrado para ser colocado en una repisa y olvidado, sino como un lugar santo, donde los corazones y las mentes de las personas puedan entrar en un contacto vital con el Dios vivo, lleno de gracia y perturbador. Para poder tener una perspectiva adecuada de las Escrituras y una comprensión válida de la revelación deben conjugarse constantemente tres factores: una Palabra infalible y con autoridad, la obra del Espíritu Santo interpretando y aplicando esa Palabra, y un corazón humano receptivo. El conocimiento verdadero de Dios no podrá tener lugar si no se dan estos tres elementos. [1]
Cuando miramos las Escrituras, no estamos viendo un simple libro sino el libro de libros, inspirado por Dios. Es una carta de Dios para los hombres, en la cual Él ha revelado su voluntad y su persona.
Aunque hoy en día existen movimientos teológicos que de alguna manera u otra buscan menospreciar la autoridad de las Escrituras, el verdadero creyente sostendrá su vida en la palabra de Dios.
Leamos detenidamente las palabras de Spurgeon respecto a las Sagradas Escrituras:
¡Oh, si ustedes pudieran recordar siempre que esta Biblia fue verdadera y realmente escrita por Dios! ¡Oh! si se les hubiera permitido entrar a las cámaras secretas del cielo, y hubieran podido contemplar a Dios cuando tomaba Su pluma y escribía estas letras, entonces con seguridad las respetarían. Pero son efectivamente el manuscrito de Dios, tanto, como si ustedes hubieran visto a Dios escribiéndolas. Esta Biblia es un libro de autoridad, es un libro autorizado, pues lo escribió Dios. Oh, tiemblen, tiemblen, no sea que alguien lo desprecie; observen su autoridad, porque es la Palabra de Dios.[2]
[1]Los Fundamentos de la Fe Cristiana, James Montgomery Boice, InterVarsity-Press
[2]La Biblia. Sermón No. 15, predicado la Noche del Domingo 18 de Marzo, 1855 por Charles Haddon Spurgeon