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En nuestros días, estamos viendo el surgimiento de muchos predicadores en diferentes denominaciones cristianas. Sin embargo, luego de este surgimiento estamos conociendo de casos en los cuales estos predicadores no tenían un llamamiento divino, sino que se trataba de una emoción personal o un interés malicioso. Entonces ¿qué es ser un predicador? y ¿cuál es ese llamamiento?

Martyn Lloyd-Jones, escribe al respecto: "Yo diría que el único hombre que está llamado a predicar es aquel que no puede hacer ninguna otra cosa en el sentido de que ninguna otra cosa le satisface. El llamamiento a predicar está de tal manera sobre él, y hay tal presión gravitando sobre él, que dice: "No puedo hacer ninguna otra cosa: tengo que predicar".[1]

De modo que, predicar no es un asunto que nace en la búsqueda de fama o ganancias, sino que nace en la gracia de Dios para el  hombre. El verdadero predicador es llamado por Dios.

"El predicador es un mensajero divinamente designado. En el Antiguo Testamento, una de las funciones del profeta era predicar al remanente de creyentes que buscaban vivir vidas piadosas en medio de su generación, así como a los incrédulos, llamándolos al arrepentimiento. Por lo tanto, el profeta fue uno que tuvo un llamado de Dios, a quien le dio un mandato específico para compartir, un mensaje divino.

En el NT, el predicador era el "apóstol", "uno enviado de Dios" (apestelmenos). Mientras que en cierto sentido cada creyente es hoy un "enviado", sin embargo, algunos están especialmente llamados a ser sus mensajeros. El humilde predicador no puede hacer menos que emular el ejemplo de nuestro Señor Jesús: "Me ha ungido ... para proclamar la libertad" (Lucas 4:18).

No hace falta decir que el personaje del predicador debe ser impecable. Él es llamado a ser un vaso limpio del Señor (Isa 52:11). Sin embargo, también debemos recordar que, a pesar de la capacidad, habilidad, dones y la cantidad de trabajo del predicador en el curso de hacer exegesis de los textos bíblicos en el idioma original a la palabra hablada en el púlpito, sigue siendo Dios quien trabaja querer y actuar según su buen propósito (Filipenses 2:13).

Si bien esta desafección puede reflejar una amplia variedad de razones, uno se pregunta si una buena parte de ella se debe a que el predicador no está predicando el texto bíblico de manera fiel. Por lo tanto, la comunidad no lo considera una persona especial con un mensaje único. Con demasiada frecuencia, como señala Robinson, los mensajes del predicador se ahogan en una "sociedad sobrecomunicada", lo "sorprendente e inusual" en la predicación toma realmente el lugar del mensaje bíblico, y la "acción social" se convierte en el sustituto de la predicación bíblica." [2]

Lamentablemente muchos predicadores han menospreciado el mensaje bíblico para complacer a los oyentes, los tales no han comprendido el llamamiento de Dios. Estimados predicadores, por gracia de Dios somos ¡portavoces del Dios vivo!. Debemos decir lo que Él dice, debemos llamar bueno a lo que Él llama bueno, y malo a lo que Él llama malo.

Con toda razón lo expresa el pastor Alex Montoya: "Lo atrayente de las multitudes y la popularidad pueden tentarnos a comprometer nuestro llamado a “predicar la Palabra. También, fácilmente podemos comercializar el mensaje divino y “venderlo” muy barato a las multitudes inconstantes. En lo general, en las iglesias no escasean los oidores que procuran a los vendedores de la Palabra que se contentarán solamente con agradar al oído en lugar de cambiar el corazón. En realidad, predicamos en tiempos difíciles y todos los predicadores lo sabemos."[3]

Que los predicadores podamos despertar a lo que Dios nos ha llamado, esto es: Predicar Su Palabra.






[1] Lloyd-Jones, Martyn. La predicación y los predicadores (120). Editorial Peregrino.

[2]Revista de la Sociedad Teológica Evangélica Volumen 27. 1984 (vnp.27.1.4). Lynchburg, VA: La Sociedad Teológica Evangélica.

[3]Montoya, A. (2003). Predicando con pasión (12). Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz.

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