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El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
(Mateo 16:15-17)

Encontramos a los discípulos ante una pregunta crucial.

Habían muchas opiniones en cuanto a quien era Jesús, algunos decía que era Juan el Bautista, otros decían que era Elías.

Pero en este momento, era el turno para que los discípulos contestarán y expresarán lo que creían acerca de Jesús. 

Pedro contestó primero como si fuera el vocero de los demás (v.16; Cf. Mt. 15:15; Mr. 11:20-22). Era impulsivo, sin embargo en esta ocasión no fue un impulso personal, sino que hizo esa declaración rotunda por una inspiración que venía mas allá de su propio intelecto.


Pedro dijo: "Tu eres el Hijo del Dios Viviente". 

No había ninguna vacilación o sombra de duda en tal declaración.

Ese titulo "Hijo del Dios Viviente" para los judíos significaba algo excelso e importantísimo, y al mismo nivel que Jehová. Así entonces, Pedro estaba reconociendo que Jesús era no un mero hombre sino "Emanuel", Dios con nosotros.

La respuesta de Jesús a Pedro inicia con la expresión: "Bienaventurado eres". Toda persona que cree que Jesús es el unigénito Hijo de Dios es bienaventurado, es decir muy feliz.

"Porque no te lo reveló carne ni sangre". El verdadero conocimiento que tengamos de Cristo lo recibimos del Padre por medio del Espíritu Santo al exponer nuestro corazón a las Sagradas Escrituras. (Juan 16:13-14)

Somos bienaventurados desde el momento en que confesamos a Cristo (Rom. 10: 9-10) " y esto no de [nosotros] pues es don de Dios" (Efesios 2:8). Su gracias nos lleva a exclamar: Jesús, tu eres el Hijo del Dios Viviente.

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