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Dios nos exige que vivamos una vida de acuerdo a Su ley moral, la cual nos ha revelado en la Biblia.

La ley de Dios es el estándar de justicia y la norma suprema para juzgar el bien y el mal. Es decir que nuestros actos y pensamientos deben ser contrastados con lo que Dios ha revelado en Su palabra.

La Confesión de Londres de 1689 enuncia lo siguiente:


Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadora. 

En cuanto a como las Escrituras son la regla de vida del hombre y de la misma iglesia:
El juez supremo, por el que deben decidirse todas las controversias religiosas, y por el que deben examinarse todos los decretos de concilios, las opiniones de autores antiguos, las doctrinas de hombres y espíritus particulares, y cuya sentencia debemos acatar, no puede ser otro sino las Sagradas Escrituras entregadas por el Espíritu. A dichas Escrituras así entregadas, se reduce nuestra fe en definitiva (Confesión de Londres de 1689)

Dios tiene la autoridad para imponernos obligaciones, para exigir nuestra obediencia y exigir el compromiso de nuestras consciencias, porque él es nuestro es Rey Soberano. Y dichas exigencias u obligaciones las encontramos escritas en la palabra de Dios (2 Timoteo 3:16)
Nuestro Dios está en los cielos;El hace lo que le place. (Salmo 115:3 LBLA)
No somos autónomos. Es decir no se nos permite vivir de acuerdo a nuestra propia ley basada en nuestros egoístas y destructivos deseos. 
Debe ser el anhelo de todo creyente vivir según la palabra de Dios, y que al igual que el salmista pueda decir: "En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti".

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