He aquí unas preguntas que nos ayudarán a entender si estamos viviendo una vida cristiana feliz.
¿Piensa más a menudo en lo que desea, o en lo que ya tiene?
¿Disfruta de comunión con Dios diariamente por medio de la oración y el estudio de Su Palabra?
¿Comparte tiempo con su familia y hermanos en Cristo?
Si ha contestado que piensa más a menudo en lo que desea, en que su comunión con Dios es inconstante y por ende no hay armonía en su hogar. Sin duda, usted no está siendo feliz.Antes de continuar, debo aclarar que la felicidad no es tener mucho dinero, ser famosos o deleitarnos en los placeres que este mundo ofrece. La verdadera felicidad para el creyente se encuentra en hacer la voluntad del Padre.
Pablo dice que nosotros somos "hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas." Y esas buenas obras, que representan hacer Su voluntad, sin duda trae gozo al creyente.
Pero ¿creyentes infelices? Estos creyentes siempre están encontrando motivos para sentirse deprimidos, la causa podría ser que ellos están violando los siguientes principios:
1. Hemos sido creado para la gloria de Dios y para gozar de Él: Aunque esta expresión forma parte de muchas confesiones, no deja de ser un principio esencial para el gozo del creyente.
Nuestro propósito es glorificar a Dios en todo lo que hagamos, es decir que Su nombre sea exaltado y reconocer nuestra dependencia de Su gracia. Viviendo bajo este principio el creyente encuentra plenitud, gozo y paz. Está viviendo para la gloria de Dios.
Un creyente infeliz, considera que puede encontrar su felicidad en el dinero, en los deportes, en el reconocimiento o elogios de los hombres, en su reputación, etc. pero este creyente se descubre a sí mismo, vacío, triste y sin paz.
2. Debemos estar contentos con lo que tenemos:
El apóstol Pablo dijo "he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación.". La palabra griega utilizada para "contentarme" denota: complacido, suficiencia.
Es decir, para el apóstol no era importante la situación en la que se encontraba o los bienes que él poseía. Esas cosas no determinaban su contentamiento, su paz, su felicidad.
¿Tienes poco? Agradece a Dios porque tienes un poco.
¿Tienes mucho? Alaba a Dios porque tienes mucho y comparte con el que tiene poco. Que nuestra felicidad no dependa de los bienes, del dinero sino que dependa de Jesucristo.
El creyente infeliz, no ha comprendido totalmente este principio (posiblemente por exponerse a enseñanzas torcidas como las del evangelio de la prosperidad, en el cual literalmente se enseña que "la pobreza es una maldición). El vive angustiado por poseer muchas cosas. Nunca se encuentra satisfecho, ni mucho menos agradecido.
Estos dos principios nos ayudan a determinar sí nuestra vida cristina está en el camino correcto, si hemos perdido de vista nuestro rumbo. La felicidad, no es un misterio, no es algo que está lejos, no es un destino...es hacer la voluntad de Dios: Glorificando Su nombre por Su misericordia, adorarle por habernos Salvado y estar contentos con todo lo que nos ha dado.