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Las Escrituras nos enseñan que cada creyente en Cristo Jesús ha sido redimido por la sangre del Cordero. El apóstol Pablo enseña que hemos sido “comprados por un precio”, y este precio es incalculable, nadie podía haber asumido tal deuda, solamente el hijo de Dios.

De tal modo que podemos deducir, que somos pertenencia de Cristo. ¡Que hermoso privilegio! El Señor es nuestro amo y nosotros somos sus siervos, tal idea nos debe llenar de humildad, devoción y agradecimiento. El Señor no compro buenos y grandes siervos, sino que éramos de los peores, servíamos a nuestros deseos y al mundo, éramos siervos del pecado. Más ahora somos siervos de Jesucristo.

Todo orgullo, toda autosuficiencia, toda autonomía, todo deseo de ser admirado por el mundo debe desaparecer en el creyente, cuando reconoce esta sencilla y contundente verdad: “Que nosotros ya no somos nuestros propios dueños, es Cristo”.
Así como se nos demanda vivir para agradar a Aquel que nos redimió por sublime precio, también las Escrituras nos enseñan que podemos tener consuelo al reconocer dicha verdad. Veamos algunos pensamientos que servirán de consuelo para todo siervo de Jesucristo:

1. “Jesucristo nos ha librado del poder de Satanás y el pecado”: Antes teníamos un amo terrible y cruel, que nos guiaba a la destrucción. Más ahora nuestro Amo nos conduce “por sendas de justicia por amor a su nombre.” (Sal. 23:3)


2. “Jesucristo, tiene cuidado de nuestros padecimientos”: El Señor está junto a nosotros en medio de nuestro dolor, y más que eso, el Señor tiene control de todas las situaciones que vivimos. Pues no es un Amo limitado, es un Rey soberano, poderoso, omnisciente y sabio que dirige todo cuanto sucede.


3. “Cuando nuestros enemigos nos quieren hacer mal, puede transformarlo en bien”: Cuán seguros podemos estar en el Señor, así como el mal que los hermanos de José pensaron en su contra, hay muchos que piensan mal contra el pueblo de Dios, sin embargo podemos estar seguros en Él, como José, que el mal puede ser transformado en bien (Génesis 45:5-7)


Sin duda, es una dicha pertenecer a Cristo y esa debe ser la causa de nuestro consuelo, que El Señor está por y con nosotros. Cada día debemos servirle con amor y agradecimiento no para ganar más de Su amor, sino para decir con nuestra vida: “Gracias por rescatarme, gracias por salvarme”.

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