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La justicia propia es una característica propia del pecador, así como el agua del mar no puede ocultar su sabor, el pecador no puede dejar de justificarse a sí mismo.

- "No es mi culpa, yo intente hacer lo mejor"

- "No soy tan malo después de todo"

- "Soy mucho mejor que...".

De tal forma que la justicia propia hace sentir seguro y en paz (superficialmente) al inconverso. Pero ¿qué sucede con los cristianos? ¿somos inmunes a la justicia propia? Ciertamente no, de hecho es algo contra lo que debemos luchar.

Al cristiano, la justicia propia le puede hacer creer que es el mejor creyente, que lo que hace en su congregación le hará "ganar puntos" con Dios, etc. 
El daño de la justicia propia en la vida del creyente, consiste en intentar preservar la salvación  o la aceptación por parte de Dios a través de sus esfuerzos o virtudes, los cuales a la vez deberían ser reconocidos por sus semejantes. ¡Nos coloca en el centro de atención!

Ante tal gravedad ¿cómo luchar contra la justicia propia?

- Desechando todo orgullo y pensamientos de suficiencia propia.

- Reconociendo con humildad y reverencia, que la salvación proviene de Dios y es solamente por gracia.

- Recordar que únicamente los méritos de Jesucristo nos hacen aceptos ante el Padre.

- Que cualquier obra que podamos hacer es por agradecimiento a Dios y es únicamente agradable a través de Cristo.-

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