Nos gusta sentirnos
muy bien, alegres, llenos de felicidad. Nos gusta ver y ser personas felices.
De hecho, si te fijas bien, la mayoría de comerciales televisivos nos muestran
a personas felices comiendo una hamburguesa feliz rodeada de papas fritas felices.
Hoy en día la alegría
es un gran negocio, el hombre busca la manera –y paga grandes cantidades de
dinero- para sentirse feliz, vemos a muchos comprando automóviles lujosos,
celulares, relojes, viajan de un país a otro, en fin, la cantidad de actividades
para obtener la felicidad es extensa. Pero al llegar el automóvil a la cochera,
al guardar el celular, al finalizar el viaje en crucero, la felicidad se
evapora. Aquella alegría ya no es más que un recuerdo que despierta suspiros.
¿Será que nunca podremos
ser felices? ¿Será que siempre viviremos buscando cada día algo que nos motive
a ser felices? Son preguntas que personalmente me he hecho. Y gracias a Dios
por las Escrituras, donde encontramos ahí la respuesta que necesitamos.
Tú has hecho que mi corazón rebose de alegría, alegría mayor que la que
tienen los que disfrutan de trigo y vino en abundancia. (Sal. 4:7)
David escribió estas
palabras y nos lleva a considerar por lo menos tres ideas:
1.
Tú has hecho: La fuente de la alegría y
el gozo provenían de Dios. David lo tenía claro no había otro motivo u otra
razón. No importaban las circunstancias, Él hacía que su corazón rebosará de
alegría.
2.
Rebose de alegría…alegría
mayor: Este gozo o
felicidad sobrepasaba las expectativas de David, las batallas intensas, la
persecución, etc no podrían compararse a la escala del gozo que Dios producía
en él. Rebosar en alegría no significa llevar una sonrisa las veinticuatro
horas del día, sino más bien, es un gozo interno, una paz producida por el
Señor.
3.
Mayor, a los que disfrutan
de las cosas terrenales: Otros gozaban en su abundancia de pan y de bienes, David se gozaba en
que tenía a Su Señor. Su felicidad estaba más allá de trigo o vino, - más allá
de autos, celulares, viajes, reconocimiento, poder - su felicidad estaba en el Señor.
En definitiva, el cristiano
puede y debe ser feliz en el Señor, puesto que Él mismo lo faculta por medio de
Su gracia, Su Palabra y Su Espíritu. Encontremos diariamente en el Señor y Su
palabra, motivos suficientes para alegrarnos.