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Existieron muchos personajes en  la historia de la Iglesia que vale la pena considerar, ya que encontramos en ellos actitudes y acciones dignas de imitar. Entre tales personajes, conozcamos a Ignacio de Antioquía. Posiblemente para muchos este hombre resulte desconocido y otros se pregunten ¿qué podemos aprender del tal Ignacio?

¿Quién fue Ignacio de Antioquía?

Respecto a la identidad de Ignacio hay diferentes ideas, sin embargo en los escritos de otros contemporáneos encontramos muchas referencias sobre él. "Todo lo que sabemos con certeza sobre su vida está contenido en sus cartas y en el escrito de Policarpo. La hagiografía lo identifica con el muchacho que Jesús puso como ejemplo a sus discípulos, para darles un lección de grandeza y humildad en el reino de los cielos (Mt. 18:2). Esta leyenda fue propagada por Simeón Metafrastes en el siglo X. Para Jerónimo se trata de un discípulo del apóstol Juan. Eusebio dice que fue el segundo sucesor de Pedro en el episcopado de Antioquía de Siria (Hist. Ecl., 3,36). Orígenes que el primero (Hom. en Lucas, 6).

Obispo de la importante iglesia de la capital Siria, Antioquía, cuna de la misión a los gentiles, parece cierto que sucedió a Evodio, primer obispo, propiamente tal de Antioquía, entre el año primero de Vespasiano (70 d.C.), y el décimo de Trajano (107 d.C.). Juan Crisóstomo, natural de Antioquía, asienta que Ignacio fue consagrado obispo de manos de los mismos Pedro y Pablo, sin embargo, no hay evidencia histórica al respecto, aunque no se puede dudar del dato de fondo, el trato y la relación inmediata de Ignacio con los apóstoles.[1]

En algo concuerdan la mayoría de historiadores, y es que Ignacio fue un personaje cercano a los apostóles. Por lo tanto, él poseía una visión precisa de hacia donde iba el cristianismo y que estaba ocurriendo entre gentiles y judíos, sin olvidar las asechanzas de los emperadores romanos en contra de los cristianos.

Fue por ser cristiano que Ignacio es apresado entre los años 106 a 107 por orden del imperio romano. Ignacio iba a morir. Él lo sabía. 
Y mientras se dirige hacia a Roma, escribe algunas cartas en las cuales instaban a los creyentes a seguir firmes en su fe. El único problema que él encontró fue que algunos cristianos en Roma, pretendían abogar para que su condena fuese anulada, sin embargo él les escribe:
Porque no quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios, como en realidad le agradáis. Porque no voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios, ni vosotros, si permanecéis en silencio, podéis obtener crédito por ninguna obra más noble. Porque si permanecéis en silencio y me dejáis solo, soy una palabra de Dios; pero si deseáis mi carne, entonces nuevamente seré un mero grito (tendré que correr mi carrera). [Es más], no me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios en tanto que hay el altar preparado [2]
Y esa fue verdaderamente la meta de Ignacio: imitar a "nuestro Dios Jesucristo" en la muerte. Si los cristianos realmente querían hacer algo, debían orar para que él permanezca fiel. 

"Que Ignacio realmente quería morir era casi todo lo que sabemos sobre su martirio. Ni siquiera se sabe con certeza que fue asesinado, aunque es probable.
Como el segundo (o tercer) obispo de Antioquía, una de las iglesias más importantes de la época, sin duda fue uno de los cristianos más prominentes de la época que sucedió inmediatamente a los apóstoles." [3]

Los detalles de la muerte de Ignacio se pierden en la historia, pero no su deseo de que su vida cuente para algo: Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras [dentelladas y magullamientos], huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.

¿Qué podemos aprender de Ignacio de Antioquía? 

Su entrega total al Señor, hasta la muerte. Posiblemente a muchos no nos corresponda morir (literalmente) por la fe cristiana, sin embargo somos llamados a luchar diariamente contra las tendencias del mundo y contra los deseos de la carne. No podemos quedarnos de manera pasiva y fría, al contrario debemos avanzar en la vida cristiana, enfrentando diferentes desafíos, siempre y cuando podamos llegar a Jesucristo.





[1]Ropero, A. (Ed.). (2004). Lo mejor de Los Padres Apostólicos (p. 47). Viladecavalls: Editorial CLIE.
[2] Ignacio de Antioquia. Carta a los Romanos
[3] Galli, M., y Olsen, T. (2000). 131 Cristianos que todos deberían conocer. Editores: Mark Galli y Ted Olsen. (359) Nashville, TN: Broadman y Holman Publishers.

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